1830: desde hace dieciséis años, tras el paréntesis de los Cien Días, en Francia se ha restablecido la monarquía, bajo la misma bandera que deshonró la Revolución de 1789, la bandera blana. Es la restauración, nombre engañoso, que parece significar el retorno al Antiguo Régimen, pero que ha concedido una Carta Magna, la Constitución. El régimen reconoce las libertades elementales, crea dos cámaras dotadas de poder legislativo, pero se reserva el derecho a voto a una minoría de personas -sólo los hombres, y ricos.
El régimen evoluciona sobre todo en un sentido autoritario, especialmente después de la muerte del primer rey de la Restauración, Luis XVIII, y la coronación de su hermano Carlos X en 1824. Con todo, la revolución que se lleva a cabo no es contra él, y sobre todo no es contra él, y sobre todo no es contra la idea de la monarquía. Es el resultado de una serie de crisis y torpezas puntuales. Desde antes de la muerte de Luis XVIII, y durante la ascensión al poder de Carlos X, la monarquía adopta decisiones políticas inconsideradas. En 1820, tras el asesinato del heredero de la Dinastía, el duque Carlos de Berry, por el fanático Louvel, el ministro liberal Decazes es despedido. En 1822, jóvenes afiliados a una sociedad secreta son ejecutados con el pretexto de un supuesto complot contra la realeza: los "Cuatro Sargentos de La Rochelle" -más unos insensatos que oposición meditada- se convierten en mártires a los ojos de la opinión pública. Por otra parte, el futuro Carlos X decide coronarse e Reims, según la tradición de los antiguos reyes: larga y minuciosa reconstitución, en la que no falta la curación milagrosa de los enfermos (el "toque de los lamparones"), cuando el siglo festeja sus veinticinco años...
Las dificultades económicas y los errores del rey
Esos errores quizá no hubieran tenido consecuencias, si las dificultades económicas no se hubieran añadido al malestar político. A mediados de la década de 1820 la coyuntura, hasta entonces própera, se invierte. Una crisis bursátil, importada de Gran Bretaña, obliga a restringir el crédito, lo que arrastra a las empresas en quiebra. De 1826 a 1830 se repiten las malas cosechas; la carestía reaparece y, con ella, desavenencias olvidadas: riñas en los mercados, ataques a convoyes, migraciones de hambrientos...
Las acusaciones no caen todavía sobre el rey, pero sí sobre la corte y, siguiendo un antiguo reflejo, sobre los jesuitas, esas almas condenadas por el Papa que presuntamente quieren hacer padecer hambre al pueblo para restablecer el orden de antaño...En agosto de 1829, el rey alimenta esos rumores; nombra a ministros, cuyos nombres resucitan los fantasmas de la reacción contrarrevolucionaria: Jules de Polignac, antiguo jefe de los emigrados; el conde de La Bourdonnaye, que en 1815 pedía verdugos contra los revolucionarios. Se rumorea que se prepara un golpe para reforzar la autorida del rey. Los diputados no tienen poder para derrocar al ministerio; le manifiestan su oposición en marzo, y en mayo son enviados a sus casas. Pero las nuevas elecciones de julio llevan a un resultado contrario al que deseaba el rey: cuando se anuncai el resultado de la votación, la oposición está formada por 274 personas - de las 221 que había al principio -desde las más moderadas a las más republicanas.
La crisis final:
27,28,29 de julio
La obcecación del rey es la causa del final del régimen. En lugar de ceder, Carlos X adopta cuatro disposiciones: disuelve de nuevo la Cámara y decide una nueva votación para septiembre; suspende la libertad de prensa, y reduce las condiciones de acceso al voto, exigiendo un censo, es decir, un umbral de contribución superior al fijado hasta entonces para lograr el acceso a las urnas.
La revolución empieza con manifestaciones de los periodistas. Se prohíbe la publicación de los grandes periódicos, Le National, Le Globe o Le temps. Los tipógrafos sale a la calle. El gobierno llama a Marmont, gobernador de París, que dispersa las aglomeraciones. Pero Marmont es un personaje odiado por haber traicionado a Napoleón en 1814: el movimient se convierte en una protesta patriótica contra las derrota y los tratados de 1814-1815. Esa noche, la parte este de París se llena de barricadas. El 28 de julio, la bandera tricolor ondea en el Hotel de Ville; jóvenes republicanos dan órdenes al pueblo de los suburbios; se saquean las armerías; algunos soldados fraternizan con los amotinados.
La mañana del 29 los insurrectos toman París; se producen 300 muertos y 4.000 heridos. En tres días "los Tres Gloriosos", el rey es derrotado. En el Hotel de Ville se instaura un poder insurreccional; se canta el Marchará y se habla de elegir a La Fayette como presidente de la República. Cuando Carlos X decide retirar las disposiciones y abdicar en favor del joven duque de Burdeos, ya nadie le escucha; sólo le queda exiliarse.
Francia cambia sólo de monarquía
¿Francia se reconciliará con la gran revolución? En realidad, los diputados se sienten abrumados: no desean ni el poder del pueblo ni una república que recordara a la del noventa y tres. Como no pueden llamar de nuevo al poder a Carlos X, recurren a su primo, el duque de Orleans Luis Felipe, y le ofrecen el poder con el título de "lugarteniente general", para no plantear en seguida el cambio de monarquía. Desde ese momento (30 de julio), el historiador y periodista Adolphe Thiers presenta al duque como un "rey ciudadano". El 31 éste es aclamado en el balcón del Hotel de Ville, en compañía del marqués de La Fayette. El prestigio del viejo héroe de guerra de la Independencia estadounidense calma toda veleidad de oposición: el 9 de agosto, el lugarteniente general es proclamado rey de los franceses con el nombre de Luis Felipe. Es el principio de un nuevo régimen, la monarquía de julio.
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